martes, 6 de noviembre de 2007

Del feminicidio al auto-feminicidio político


Mauricio Rojas *


No he podido dejar de preocuparme al leer las declaraciones de Michelle Bachelet sobre el feminicidio político. No cabe duda que la Presidenta habrá vivido muchas situaciones donde justamente por ser mujer se ha visto menoscabada. Sin embargo, al hacerse eco de una entelequia semejante, con el fin de cargarle sus problemas como gobernante a una suerte de maquinación o conspiración machista, ha entrado en una línea de argumentación que puede terminar convirtiéndose en un boomerang que se vuelve tanto contra ella como contra el avance de la mujer en la sociedad chilena.
El tipo de argumento que la Presidenta ha usado, así como sus consecuencias altamente nocivas me son conocidos, ya que encuentran un paralelo bastante exacto en la forma en que muchos inmigrantes tratan de encontrarle una explicación a sus fracasos en la sociedad que los acoge. Pero de esta experiencia pueden sacarse lecciones, que también se aplican en este caso.
La vida del inmigrante no es fácil. Lleva consigo el dolor de la partida y debe superar los desafíos que plantea un mundo desconocido e incluso, muchas veces, un idioma nuevo y lejano. Aquel que lleva en su piel, sus rasgos o su nombre el sello de su origen diferente deberá enfrentar el prejuicio y la antipatía de muchos. Cuando su religión o su país natal es visto con desconfianza, temor o desprecio, se transformará para muchos en la encarnación de todo ello. La discriminación, en sus diversos matices, es una realidad indiscutible para quien ha decidido o se ha visto obligado a buscarse nuevos horizontes.
Ante una realidad así no es difícil entender por qué muchos inmigrantes terminan echándole la culpa al empedrado de todos sus reveses. Mientras más grandes sean los reveses personales, más se describe al país de acogida y a sus habitantes como una masa compacta de racistas, unidos en un verdadero complot o maquinación siniestra contra todo aquel que tenga algo de foráneo. Y así se profundiza ese abismo de auto-conmiseración indulgente, ese darse pena a sí mismo que permite no ver ni menos enfrentar aquella parte, muchas veces decisiva, que explica el propio fracaso. Así se termina jugando el papel más cómodo, pero a la vez más destructivo que se pueda imaginar: el de víctima.
Este blindaje ante las propias deficiencias tiene la característica de ser prácticamente inexpugnable. Si alguien indica que tal vez el problema fundamental no sea la discriminación ni el racismo, sino las carencias personales, ello se tomará como una prueba más del racismo. Se cierra así el círculo protector y se puede seguir como si nada hubiese pasado.
Todo esto lo he vivido durante mis largos años de inmigrante. Y, debo reconocerlo, muchas veces he caído en la tentación de echarle la culpa al empedrado. Es tan fácil y está tan a la mano, pero el autoengaño no lleva a ninguna parte. No porque los problemas no existan, sino porque esa es la manera más segura de nunca superarlos. Ni tampoco porque no haya discriminación o racistas, sino porque eso es simplemente dejarse hundir por la discriminación y el racismo.
Quien ha vivido un tiempo en sociedades donde cotidianamente se debe enfrentar este tipo de problemas aprende a hacerlo e incluso a transformar debilidades en fortalezas. Se puede crecer con los desafíos, pero ello implica no dejarse derrotar por los mismos y, sobre todo, preguntarse constantemente por aquello en que hemos fallado, aquello de que sí somos responsables, ya que depende de nosotros mismos. Y esto es lo esencial, ya que es justamente aquello lo único que, al menos en el corto plazo, sí podemos cambiar.
La Presidenta sabrá por qué ha dicho lo que ha dicho y no me cabe duda de que de esta manera ganará ciertas simpatías. Además, más de alguna voz crítica a su gestión dejará de escucharse, ya que uno piensa dos veces antes de exponerse a ser calificado de feminicida político o algo semejante. Todo ello es evidente, pero en mi vida de inmigrante he aprendido a cuidarme de victorias que pueden ser pírricas. Sobre todo he aprendido a cuidarme de las simpatías ganadas a costa de dar pena. Al final uno puede terminar dándose pena a sí mismo y entonces sí que habrá problemas. Por ello es que no puedo dejar de ver con preocupación el uso del término feminicidio político por Michelle Bachelet. No vaya a ser que a fin de cuentas termine convirtiéndose en una especie de auto-feminicidio político, lo que sería lamentable, tanto para ella como para el avance tan necesario de la causa de la igualdad de la mujer chilena.


Parlamentario Sueco de origen chileno, miembro del partido liberal y profesor de economia en la universidad de Lund

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