Néstor Morales
Los procesos de democratización se han convertido en una pieza clave en la prevención de conflictos armados y el establecimiento de la paz en contextos posbélicos. Existen, sin embargo, posiciones dentro de la comunidad internacional que cuestionan la relación causal entre democracia y paz. Si bien es cierto que debe reconocerse que la democracia no ha acabado con toda forma de violencia, es necesario también no perder de vista que, comparativamente, el sistema democrático ofrece los instrumentos más adecuados para conseguir una paz estable.
Hace dos siglos, Emmanuel Kant expuso que la manera más efectiva de evitar el conflicto armado entre estados y garantizar una paz perpetua en el mundo era el establecimiento de "Republicas": regímenes donde los líderes políticos están sometidos al escrutinio público. El argumento de Kant se basa en la idea de que bajo este tipo de sistemas políticos, la población actúa como un elemento de prudencia y de moderación, ya que son los ciudadanos de a pié (y no las elites) quienes afrontan de manera directa los costes de la guerra.
La teoría de la paz democrática guía hoy en día numerosos trabajos en el campo de las relaciones internacionales. Una de sus aplicaciones más importantes ha sido su transposición al contexto interno de los estados. Los procesos de democratización han pasado a ser un pilar fundamental de las intervenciones dirigidas a la prevención de conflictos armados y la reconstrucción post bélica. Tal y como sucediera en el ámbito internacional, en el ámbito doméstico el principal argumento ha sido que la creación de instituciones democráticas es la mejor garantía para una paz y estabilidad sostenida.
Existe, no obstante, un sector de la comunidad internacional que cuestiona la validez absoluta de este argumento, tanto en términos empíricos como en la relación causal que establece. Jack Snyder y Edward Mansfield critican, por ejemplo, que la teoría de la paz democrática se ha convertido en un axioma para muchos académicos y que no se ha cuestionado suficientemente su validez empírica. Aunque no niegan que las democracias maduras y estables contribuyen a un contexto internacional más sólido, Snyder y Mansfield recogen, en su estudio, evidencia estadística que demuestra que los estados en fase de transición democrática son más agresivos que aquellos regímenes no democráticos, tanto en el ámbito internacional como en el doméstico.
Otra de las críticas más frecuentemente citadas es la defendida por Freed Zakaria, quien se opone a la idea de que la representación democrática, base principal de la teoría de la paz democrática, sea la mejor garantía para poner fin a la violencia en periodos de transición a la paz. En su opinión, es en las democracias más jóvenes donde resulta más fácil organizar grupos políticos en torno a elementos raciales, étnicos y religiosos. Una fragmentación que suele generar dinámicas de exclusión y que, por lo tanto, crea unas condiciones más propensas para el resurgimiento del conflicto.
Así, para Zakaria, en contextos frágiles, la democracia es más proclive a resucitar hostilidades que otros regímenes. Siguiendo su argumento, en los modelos de transición a la paz, la combinación que garantiza estabilidad interna viene dada por la separación de poderes, un sistema institucional de pesos y contrapesos, la protección del individuo y algún tipo de representación, pero no necesariamente democrática.
Estas criticas, aunque interesantes tienden, sin embargo, a ver el vaso medio vacío y a subestimar el riesgo de las alternativas que proponen. En primer lugar, aunque es verdad que la democracia no ha conseguido erradicar totalmente la violencia, la represión o las guerras, es, sin embargo, igualmente cierto que ha contribuido a mejorar substancialmente la vida de miles de personas que disfrutan ahora de un contexto de paz y de mayores libertades y derechos.
Además, es importante resaltar que posiciones como la de Zakaria subestiman el coste del autoritarismo y confían excesivamente en el carácter benigno de las elites. En su defensa de la autocracia cómo alternativa a la democracia en los periodos de transición, Zakaria asume que las elites actuarán objetivamente y en beneficio del conjunto de la población. Sin embargo, dejar la custodia de la paz en manos de un grupo reducido de personas no parece establecer suficientes garantías para evitar decisiones arbitrarias, al menos no tantas como las que presenta un sistema democrático.
Por último, el hecho de que la implantación de un sistema democrático sea a menudo un proceso relativamente complejo y que, en determinados momentos, pueda verse entorpecido por ciertos contratiempos, no niega su validez. Tal y como defienden Joseph T. Siegle y Christina Schaztman, a largo plazo la democracia es, en comparación con otras formas de organización política, el sistema que presenta unas características inherentes más favorecedoras para la convivencia pacífica.
Bajo un sistema democrático, los líderes están sujetos a un proceso de reelección. Los políticos cuentan, en consecuencia, con incentivos para decantarse por políticas de carácter moderado que respondan a las necesidades comunes de los ciudadanos. La aversión al conflicto también se explica por la existencia de una división formal de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Se genera así una dinámica de pesos y contrapesos institucionales que evita la concentración de poder en un sólo individuo o elite y se reduce el margen de maniobra para sacar adelante medidas de carácter extremo o caprichoso.
Otro elemento que favorece el rechazo de la violencia como motor de cambio es que el sistema democrático dispone de mecanismos que contribuyen a la movilización pacífica de la sociedad y a la gestión no violenta de los conflictos. Los procesos de democratización abren canales de participación alternativos a la oposición armada y ofrece la posibilidad a los diferentes grupos políticos y sociales de promover sus intereses sin necesidad de recurrir al enfrentamiento directo.
Finalmente, las democracias son un sistema que dispone de elementos que le permiten una mayor adaptación a los cambios. Un sistema democrático cuentan con instrumentos formales que regulan la sucesión en el poder favoreciendo así una estabilidad política. También pueden adaptarse más fácilmente a nuevas realidades sociales ya que la rotación de poder es inherente al régimen.
Todas las características descritas anteriormente son, por definición, propias de un sistema democrático. Son también, elementos que contribuyen a reducir la concentración de poder, a minimizar el margen de arbitrariedad en el ejercicio del poder y a promover formas de participación pacífica como alternativas a la violencia como motores de cambio en la sociedad. Es sobre estas particularidades del sistema democrático donde se fundamenta su validez como elemento clave en la prevención de conflictos armados. Por ello, si bien es cierto que la democracia no ha acabado con toda forma de violencia, también hay que reconocer que, comparativamente, el sistema democrático dispone de los mecanismos más adecuados para conseguir una paz estable en los estados.
Así, las posibles "carencias" detectadas en la aplicación práctica de la teoría de la paz democrática, más que argumentos para desacreditar la validez los procesos de democratización como instrumentos para preservar la paz, deben convencernos de que todavía se necesario poner más énfasis en aquellos aspectos de la democracia que más favorecen la paz y, así, mejorar estos procesos.
Los procesos de democratización se han convertido en una pieza clave en la prevención de conflictos armados y el establecimiento de la paz en contextos posbélicos. Existen, sin embargo, posiciones dentro de la comunidad internacional que cuestionan la relación causal entre democracia y paz. Si bien es cierto que debe reconocerse que la democracia no ha acabado con toda forma de violencia, es necesario también no perder de vista que, comparativamente, el sistema democrático ofrece los instrumentos más adecuados para conseguir una paz estable.
Hace dos siglos, Emmanuel Kant expuso que la manera más efectiva de evitar el conflicto armado entre estados y garantizar una paz perpetua en el mundo era el establecimiento de "Republicas": regímenes donde los líderes políticos están sometidos al escrutinio público. El argumento de Kant se basa en la idea de que bajo este tipo de sistemas políticos, la población actúa como un elemento de prudencia y de moderación, ya que son los ciudadanos de a pié (y no las elites) quienes afrontan de manera directa los costes de la guerra.
La teoría de la paz democrática guía hoy en día numerosos trabajos en el campo de las relaciones internacionales. Una de sus aplicaciones más importantes ha sido su transposición al contexto interno de los estados. Los procesos de democratización han pasado a ser un pilar fundamental de las intervenciones dirigidas a la prevención de conflictos armados y la reconstrucción post bélica. Tal y como sucediera en el ámbito internacional, en el ámbito doméstico el principal argumento ha sido que la creación de instituciones democráticas es la mejor garantía para una paz y estabilidad sostenida.
Existe, no obstante, un sector de la comunidad internacional que cuestiona la validez absoluta de este argumento, tanto en términos empíricos como en la relación causal que establece. Jack Snyder y Edward Mansfield critican, por ejemplo, que la teoría de la paz democrática se ha convertido en un axioma para muchos académicos y que no se ha cuestionado suficientemente su validez empírica. Aunque no niegan que las democracias maduras y estables contribuyen a un contexto internacional más sólido, Snyder y Mansfield recogen, en su estudio, evidencia estadística que demuestra que los estados en fase de transición democrática son más agresivos que aquellos regímenes no democráticos, tanto en el ámbito internacional como en el doméstico.
Otra de las críticas más frecuentemente citadas es la defendida por Freed Zakaria, quien se opone a la idea de que la representación democrática, base principal de la teoría de la paz democrática, sea la mejor garantía para poner fin a la violencia en periodos de transición a la paz. En su opinión, es en las democracias más jóvenes donde resulta más fácil organizar grupos políticos en torno a elementos raciales, étnicos y religiosos. Una fragmentación que suele generar dinámicas de exclusión y que, por lo tanto, crea unas condiciones más propensas para el resurgimiento del conflicto.
Así, para Zakaria, en contextos frágiles, la democracia es más proclive a resucitar hostilidades que otros regímenes. Siguiendo su argumento, en los modelos de transición a la paz, la combinación que garantiza estabilidad interna viene dada por la separación de poderes, un sistema institucional de pesos y contrapesos, la protección del individuo y algún tipo de representación, pero no necesariamente democrática.
Estas criticas, aunque interesantes tienden, sin embargo, a ver el vaso medio vacío y a subestimar el riesgo de las alternativas que proponen. En primer lugar, aunque es verdad que la democracia no ha conseguido erradicar totalmente la violencia, la represión o las guerras, es, sin embargo, igualmente cierto que ha contribuido a mejorar substancialmente la vida de miles de personas que disfrutan ahora de un contexto de paz y de mayores libertades y derechos.
Además, es importante resaltar que posiciones como la de Zakaria subestiman el coste del autoritarismo y confían excesivamente en el carácter benigno de las elites. En su defensa de la autocracia cómo alternativa a la democracia en los periodos de transición, Zakaria asume que las elites actuarán objetivamente y en beneficio del conjunto de la población. Sin embargo, dejar la custodia de la paz en manos de un grupo reducido de personas no parece establecer suficientes garantías para evitar decisiones arbitrarias, al menos no tantas como las que presenta un sistema democrático.
Por último, el hecho de que la implantación de un sistema democrático sea a menudo un proceso relativamente complejo y que, en determinados momentos, pueda verse entorpecido por ciertos contratiempos, no niega su validez. Tal y como defienden Joseph T. Siegle y Christina Schaztman, a largo plazo la democracia es, en comparación con otras formas de organización política, el sistema que presenta unas características inherentes más favorecedoras para la convivencia pacífica.
Bajo un sistema democrático, los líderes están sujetos a un proceso de reelección. Los políticos cuentan, en consecuencia, con incentivos para decantarse por políticas de carácter moderado que respondan a las necesidades comunes de los ciudadanos. La aversión al conflicto también se explica por la existencia de una división formal de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Se genera así una dinámica de pesos y contrapesos institucionales que evita la concentración de poder en un sólo individuo o elite y se reduce el margen de maniobra para sacar adelante medidas de carácter extremo o caprichoso.
Otro elemento que favorece el rechazo de la violencia como motor de cambio es que el sistema democrático dispone de mecanismos que contribuyen a la movilización pacífica de la sociedad y a la gestión no violenta de los conflictos. Los procesos de democratización abren canales de participación alternativos a la oposición armada y ofrece la posibilidad a los diferentes grupos políticos y sociales de promover sus intereses sin necesidad de recurrir al enfrentamiento directo.
Finalmente, las democracias son un sistema que dispone de elementos que le permiten una mayor adaptación a los cambios. Un sistema democrático cuentan con instrumentos formales que regulan la sucesión en el poder favoreciendo así una estabilidad política. También pueden adaptarse más fácilmente a nuevas realidades sociales ya que la rotación de poder es inherente al régimen.
Todas las características descritas anteriormente son, por definición, propias de un sistema democrático. Son también, elementos que contribuyen a reducir la concentración de poder, a minimizar el margen de arbitrariedad en el ejercicio del poder y a promover formas de participación pacífica como alternativas a la violencia como motores de cambio en la sociedad. Es sobre estas particularidades del sistema democrático donde se fundamenta su validez como elemento clave en la prevención de conflictos armados. Por ello, si bien es cierto que la democracia no ha acabado con toda forma de violencia, también hay que reconocer que, comparativamente, el sistema democrático dispone de los mecanismos más adecuados para conseguir una paz estable en los estados.
Así, las posibles "carencias" detectadas en la aplicación práctica de la teoría de la paz democrática, más que argumentos para desacreditar la validez los procesos de democratización como instrumentos para preservar la paz, deben convencernos de que todavía se necesario poner más énfasis en aquellos aspectos de la democracia que más favorecen la paz y, así, mejorar estos procesos.
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