domingo, 9 de diciembre de 2007

La Muerte le sienta bien: Primer año sin Pinochet y DDHH


Néstor Morales T.


Debo haber tenido ocho o nueve años, esa edad en las que se está a un paso de la dulce ingenuidad y de la odiosa adolescencia, en esa edad en que transcurren la mayoría de los relatos y películas sobre autodescubrimiento, iniciación, donde se forjan los recuerdos diría un escritor italiano, convertido en fascinación en mi velador durante el último año. Durante esos días escuchaba, por primera vez con atención, el discurso que por televisión formulaba un militar vestido de blanco, un hombre grande, de facciones fuertes y peculiar timbre en la voz. El General, el asesino, me decían en casa como cuidándose burlonamente qué se yo de qué; se hablaba poco del “viejo”, del dictador y otros epítetos como si fuera un antiguo conocido (y vaya que sí) por toda la gente a mi alrededor. En el discurso prometía televisores (no retirarlos, sino acceder a ellos), refrigeradores, automóviles, casas, en una suerte de epifanía de la que ya quisiese ser parte y tenerle como sponsor un programa de TV eterno que por esos días era popular en Chile.
Ese mismo hombre, ya desvencijado y falseando una locura, un desmemoriamiento salvaje es el que quise con todas mis fuerzas exterminar cuando me fui enterándome de las verdades que en la izquierda reconocemos (y cada vez más en la derecha): de los muertos, de los que ya no estaban, los mancillados, las mujeres violadas, los hombres golpeados hasta la saciedad por funcionarios que rendían pleitesía a este personaje, a su voz, cómo odiaba su voz. Claro, la adolescencia trae esas cosas: el odio, la ira, la incontinencia de las emociones, así se pierde el amor, la virginidad y la vida muchas veces, ese hombre seguía presente en la memoria de la casa, ahora llamado el dictador y ya con nombre: Pinochet.
Hoy ya hace un año que murió, un año en que en materia de DDHH ha ocurrido la peor de las cosas: Nada. Sólo han sido errores, pérdida de sentido, confusión y derrotas, un gobierno que prometía convertirse en el adalid de los DDHH se ha venido transformando en el hazmerreír de estos temas en todo América, comprobándose una fatal certeza: nadie que haya sido víctima o victimario puede satisfacer por sí mismo su propia defensa o gestionar la mejor solución a lo que le aqueja.
Una generación completa de chilenas y chilenos ha fracasado en este cometido (requerirá que sea otra la que “mate” al padre y llegue a conclusiones), entre rejas algunos, entre comillas otros y entre paréntesis los más, sobre todo los muertos, de uno y otro lado, los abandonados, los crímenes, los triunfos económicos, los civiles de derecha, los civiles de izquierda todos huyendo de hablar sobre el tema y dejan a ciencias muertas y sufridos grupos de madres, hermanas e hijas su tratamiento y ojalá su irredención. Nada ha funcionado en materia de derechos humanos.
Sólo una cosa, que parece mentira pero que, otra vez volviendo a este escritor de moda en mis lecturas, nada pareciera ser extraño, sólo curioso; y es que en encuestas, debates y hasta en la conversación de la casa el personaje de la voz de “bereber” parece conservarse bien. La muerte le sienta bien. Se realza su figura, como el cambio después de un baño del padre de Odiseo cuando éste lo encuentra luego de 20 años de aventuras, con la figura mítica, y es que los cambios, transformaciones, la muerte, la ineptitud gubernamental y la falta de ideas en las ONG hace que aquel que hace un año era llamado el enterrador de Chile, hoy se apreste a tener los primeros cimientos para ser considerado un mito, Historia y si está en ella es que en parte le hemos ido situando como vencedor, peligrosamente para la memoria histórica de Chile.
Hoy, cuando se celebra el día de los DDHH y se recuerda la muerte de Pinochet, nadie puede decir que ha ganado en la batalla de Chile, ni menos que la cuestión de los DDHH ha terminado o está en vías hacia esa dirección, ni punto ni final, sobre todo si no sabemos cómo debe acabar lo inconcluso, como los cuentos extraños, como las novelas que gustan en las que cerramos la última página con los ojos contemplativos y una ligera angustia nos asiste al preguntarnos cómo habrá ocurrido todo y peor aún, imaginando demasiados finales posibles sin saber qué es en verdad lo que el hilo de las horas terminará por cortar.

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